Capítulo 3
26 de marzo de 1668 (continuación...)
Ha sido uno de los días más largos de mi vida... El entierro de Villanova, la emboscada en el mismo, el despertar de Sofía, el beso de ella, la cárcel en la que nos vimos prisioneros injustamente... y ahora... esto.
Justo terminar de escribir en este cuaderno mientras estábamos en la celda, lo cerré. Miré a Sofía a los ojos mientras cogía su mano. Le prometí que la sacaría de allí, que nada ni nadie conseguiría separarnos ahora. Para ello, debíamos escapar de una prisión de duros barrotes de hierro...
Le pasé entre los barrotes una pistola que hábilmente había escondido entre mis ropajes cuando me desprendieron de todas y cada una de mis armas. Cuando la pistola se encontraba en su poder, llamó al guardia que vigilaba las celdas. No tenía mucho trabajo, en aquella habitación solo nos encontrábamos un hombre muy malherido, que aseguraban que era uno de los que había participado en los asesinatos de los príncipes, y nosotros dos.
El guardia se aproximó a la puerta y preguntó si podía ayudarla en algo. Ella le pidió un poco de agua. El guardia llamó a su compañero para que se la trajese. El nuevo guardia metió un cubo con un vaso entre los barrotes de su celda y se fue por donde había venido.
Sofía cogió el vaso de agua, y se aseguró de que el guardia que permanecía en la habitación la viera. Se derramó el agua por todo el cuerpo mientras maldecía su mala suerte. El guardia que no perdía detalle comenzó a mirar a Sofía más atentamente.
Otra vez tenía que soportar como alguien miraba a mi amada con los ojos ardientes de deseo. Me limité a mirar hacia otro lado. No podía soportar la escena, en la que la mujer por la que daría mi alma, estaba intentando seducir a uno de los guardias que la retenían mientras su familia llegaba. Mi alma volvía a romperse en mil pedazos.
No obstante, reconozco que fue muy hábil por su parte, ya que antes de que pudiera darme cuenta, ella se encontraba contra los barrotes que separaban nuestras celdas, con el guardia sobre ella. Pude coger las llaves que llevaba el guardia en su cinto.
Rápida, pero sigilosamente, abrí las puertas de ambas celdas. Llegué hasta ellos sin que el guardia me escuchase. La tenía arrinconada contra una pared mientras la besaba e intentaba saciarse con ella. Golgeé al guardia con mi bastón tan fuerte, que lo dejé inconsciente. Recogí a Sofía abrazándola entre mis brazos. Tuve que aguantar las lágrimas... no podía soportar el dolor que me producía el verla con otro hombre, pero tampoco podía dejar que me viese llorar.
Ahora debíamos actuar de inmediato, el tiempo no corría a nuestro favor. Pero, no teníamos ningún plan. Por suerte, vimos que no estábamos del todo solos en aquella prisión. Había otras cuantas celdas más. Unos doce prisioneros en total. A Sofía se le ocurrió liberarlos a todos y escapar entre la confusión que generarían. A mi me pareció bien la idea.
Abrimos todas y cada una de las celdas anunciando a los prisioneros su libertad. Todos salieron como una avalancha, todos, excepto uno. El hombre malherido de la celda estaba medio inconsciente y no era capaz de levantarse y aguantar su cuerpo en pie. Si queríamos tener alguna oportunidad de escapar, debíamos dejarlo allí.
Al abrir la puerta de la salida, vimos una autentica batalla campal. Los guardias estaban reduciendo a todos los prisioneros que intentaban salir de aquella prisión. Era el momento. Cogí a Sofía por la cintura y apunté con mi brazo derecho a la puerta de la salida. Tensé dos veces los músculos de mi mano y la miniatura del león que llevaba en mi brazalete abrió la boca y de ella salió un cable que se clavó en la pared de enfrente nuestra. Volví a tensar los músculos y el cable comenzó a recogerse. Atravesamos toda la sala, a través de la lucha, a la velocidad a la que el cable se recogía.
Al llegar a la puerta de salida, tres guardias nos cortaron el paso. Sofía desenfundó la pistola y mató a uno de ellos. Con la pistola descargada golpeó a otro, que cayó inconsciente. El tercero lo derribé yo con mi bastón.
Encontramos donde guardaban las armas que nos habían quitado. Así que recuperamos todas nuestras pertenencias... más dos o tres cosas que no eran del todo nuestras. Pero seguramente sus propietarios ahora yacían en el suelo con heridas mortales, por haber intentado escapar de la cárcel. No creo que... al despertar quisieran recuperar sus pertenencias...
Redujimos a los pocos guardias que allí quedaban y nos dispusimos a salir por la puerta principal. Pero, cuando intentamos abrirla, estaba bloqueada desde fuera, por lo que parecía un carromato lleno de heno.
Ahora todo pasó muy rápido. El carro comenzó a arder, y con él la puerta entera de la prisión. Una explosión sonó en la parte de las celdas de las que habíamos escapado. Jagger, el avalonés, que por fin me había aprendido su nombre, apareció entre el humo de la explosión junto con unos cuantos encapuchados que recogieron a el hombre malherido. Nos dijo que venía a salvarnos y nos condujo fuera de la prisión, huyendo por las alcantarillas.
Nos dirigimos al barco de Flin para escapar de allí de inmediato. Pero, Flin nos avisó de que habían dado orden de que ningún barco podía abandonar el puerto hasta encontrar a los culpables del atentado. Por lo que tuvimos que encontrar un lugar donde ocultarnos hasta que la situación se calmara un poco.
Jagger nos llevó a lo que parecía una reunión secreta de un grupo de... anarquistas. Descubrimos que habían sido ellos los que llevaron a cabo el atentado en el entierro de Villanova. Pero parecían unos tipos bastantes simpáticos con las ideas claras. Estábamos metidos de nuevo en un lío.
Yo había luchado contra ellos, intentando salvar a los príncipes. Ahora me pedían que dijera de qué parte estaba en esta guerra. Ellos pretendían derrocar a los príncipes, a la iglesia... No entendía nada... y yo estaba en mitad de todo.
Los hombres simpáticos nos invitaron a cerveza y nos dejaron dormir en una de sus casas francas, a Sofía y a mí, solos...
Sofía estaba bastante bebida, apenas podía articular palabra alguna, y mucho menos sostenerse en pie. La casa era muy pequeña y estaba abandonada. Dimos una vuelta de reconocimiento, "explorando" la casa en la que debíamos permanecer ocultos y cuando llegamos a la habitación donde íbamos a dormir... Sofia me miró a los ojos... y me besó.
Acto seguido me tiró a la cama, me arrancó la ropa y yo arranqué la suya. No paraba de besarla, mientras mis manos recorrían todo su cuerpo. Era la mujer más perfecta que jamás había tenido entre mis brazos. Pasamos la noche desnudos, en aquella vieja cama, haciendo el amor. Ella arañaba mi espalda, yo besaba su cuello, ella se abrazaba con fuerza a mi, yo acariciaba sus cabellos.
Cuando terminamos de consumir nuestro amor, me quedé mirándola a los ojos. Era el hombre más feliz del mundo. Estaría dispuesto a cualquier cosa por sentir de nuevo el calor de su cuerpo. Sentía que ella era parte de mí, y si algún día se iba de mi lado, quedaría incompleto y desolado.
Ella se durmió, supongo que de cansancio y del alcohol. Yo en cambio, llevo cerca de dos horas observándola mientras escribo en el cuaderno. Es tan hermosa... Soy el hombre más feliz del mundo. Nada conseguiría hacerme más feliz de lo que ya soy.
27 de marzo de 1668
¡Pues sí!, ¡Sí que hay algo que podía hacerme mucho más feliz! ¡Voy a ser padre!
Sofía me ha despertado hace un momento, muy alarmada. Dice que ha visto en el futuro, mediante su brujería, y que sabe que acaba de quedar embarazada... ¡de gemelos varones! nada menos... Ella parece no tenerlo del todo claro, la verdad es que debe ser duro criar a unos hijos en un mundo tan duro como este en el que nos encontramos, pero la idea de tener dos hijos a los que enseñarle todo lo que sé, de mi propia sangre, y de tener algo que me ate de esta manera a Sofía... Es la mayor de las victorias de todas las batallas a las que me he enfrentado.
Ahora sí... ahora sí soy el hombre más feliz del mundo. Prometo ser el hombre bueno que Sofía merece y un padre ejemplar para mis hijos.
No obstante, esto me complica un poco la venganza y me pone una fecha tope. Debo acabar con ese pirata malnacido antes de nueve meses, antes de que nazcan mis hijos.
Enseñaré a luchar a Sofía hoy mismo. Si fracaso en mi misión, y ese pirata acaba conmigo, no quiero que ella quedase desprotegida y tuviese que irse con otro hombre. La instruiré en el arte de la espada y las armas de fuego. Con un poco de suerte, quizás consiga que ella me ayude con mi venganza.
Justo terminar de escribir en este cuaderno mientras estábamos en la celda, lo cerré. Miré a Sofía a los ojos mientras cogía su mano. Le prometí que la sacaría de allí, que nada ni nadie conseguiría separarnos ahora. Para ello, debíamos escapar de una prisión de duros barrotes de hierro...
Le pasé entre los barrotes una pistola que hábilmente había escondido entre mis ropajes cuando me desprendieron de todas y cada una de mis armas. Cuando la pistola se encontraba en su poder, llamó al guardia que vigilaba las celdas. No tenía mucho trabajo, en aquella habitación solo nos encontrábamos un hombre muy malherido, que aseguraban que era uno de los que había participado en los asesinatos de los príncipes, y nosotros dos.
El guardia se aproximó a la puerta y preguntó si podía ayudarla en algo. Ella le pidió un poco de agua. El guardia llamó a su compañero para que se la trajese. El nuevo guardia metió un cubo con un vaso entre los barrotes de su celda y se fue por donde había venido.
Sofía cogió el vaso de agua, y se aseguró de que el guardia que permanecía en la habitación la viera. Se derramó el agua por todo el cuerpo mientras maldecía su mala suerte. El guardia que no perdía detalle comenzó a mirar a Sofía más atentamente.
Otra vez tenía que soportar como alguien miraba a mi amada con los ojos ardientes de deseo. Me limité a mirar hacia otro lado. No podía soportar la escena, en la que la mujer por la que daría mi alma, estaba intentando seducir a uno de los guardias que la retenían mientras su familia llegaba. Mi alma volvía a romperse en mil pedazos.
No obstante, reconozco que fue muy hábil por su parte, ya que antes de que pudiera darme cuenta, ella se encontraba contra los barrotes que separaban nuestras celdas, con el guardia sobre ella. Pude coger las llaves que llevaba el guardia en su cinto.
Rápida, pero sigilosamente, abrí las puertas de ambas celdas. Llegué hasta ellos sin que el guardia me escuchase. La tenía arrinconada contra una pared mientras la besaba e intentaba saciarse con ella. Golgeé al guardia con mi bastón tan fuerte, que lo dejé inconsciente. Recogí a Sofía abrazándola entre mis brazos. Tuve que aguantar las lágrimas... no podía soportar el dolor que me producía el verla con otro hombre, pero tampoco podía dejar que me viese llorar.
Ahora debíamos actuar de inmediato, el tiempo no corría a nuestro favor. Pero, no teníamos ningún plan. Por suerte, vimos que no estábamos del todo solos en aquella prisión. Había otras cuantas celdas más. Unos doce prisioneros en total. A Sofía se le ocurrió liberarlos a todos y escapar entre la confusión que generarían. A mi me pareció bien la idea.
Abrimos todas y cada una de las celdas anunciando a los prisioneros su libertad. Todos salieron como una avalancha, todos, excepto uno. El hombre malherido de la celda estaba medio inconsciente y no era capaz de levantarse y aguantar su cuerpo en pie. Si queríamos tener alguna oportunidad de escapar, debíamos dejarlo allí.
Al abrir la puerta de la salida, vimos una autentica batalla campal. Los guardias estaban reduciendo a todos los prisioneros que intentaban salir de aquella prisión. Era el momento. Cogí a Sofía por la cintura y apunté con mi brazo derecho a la puerta de la salida. Tensé dos veces los músculos de mi mano y la miniatura del león que llevaba en mi brazalete abrió la boca y de ella salió un cable que se clavó en la pared de enfrente nuestra. Volví a tensar los músculos y el cable comenzó a recogerse. Atravesamos toda la sala, a través de la lucha, a la velocidad a la que el cable se recogía.
Al llegar a la puerta de salida, tres guardias nos cortaron el paso. Sofía desenfundó la pistola y mató a uno de ellos. Con la pistola descargada golpeó a otro, que cayó inconsciente. El tercero lo derribé yo con mi bastón.
Encontramos donde guardaban las armas que nos habían quitado. Así que recuperamos todas nuestras pertenencias... más dos o tres cosas que no eran del todo nuestras. Pero seguramente sus propietarios ahora yacían en el suelo con heridas mortales, por haber intentado escapar de la cárcel. No creo que... al despertar quisieran recuperar sus pertenencias...
Redujimos a los pocos guardias que allí quedaban y nos dispusimos a salir por la puerta principal. Pero, cuando intentamos abrirla, estaba bloqueada desde fuera, por lo que parecía un carromato lleno de heno.
Ahora todo pasó muy rápido. El carro comenzó a arder, y con él la puerta entera de la prisión. Una explosión sonó en la parte de las celdas de las que habíamos escapado. Jagger, el avalonés, que por fin me había aprendido su nombre, apareció entre el humo de la explosión junto con unos cuantos encapuchados que recogieron a el hombre malherido. Nos dijo que venía a salvarnos y nos condujo fuera de la prisión, huyendo por las alcantarillas.
Nos dirigimos al barco de Flin para escapar de allí de inmediato. Pero, Flin nos avisó de que habían dado orden de que ningún barco podía abandonar el puerto hasta encontrar a los culpables del atentado. Por lo que tuvimos que encontrar un lugar donde ocultarnos hasta que la situación se calmara un poco.
Jagger nos llevó a lo que parecía una reunión secreta de un grupo de... anarquistas. Descubrimos que habían sido ellos los que llevaron a cabo el atentado en el entierro de Villanova. Pero parecían unos tipos bastantes simpáticos con las ideas claras. Estábamos metidos de nuevo en un lío.
Yo había luchado contra ellos, intentando salvar a los príncipes. Ahora me pedían que dijera de qué parte estaba en esta guerra. Ellos pretendían derrocar a los príncipes, a la iglesia... No entendía nada... y yo estaba en mitad de todo.
Los hombres simpáticos nos invitaron a cerveza y nos dejaron dormir en una de sus casas francas, a Sofía y a mí, solos...
Sofía estaba bastante bebida, apenas podía articular palabra alguna, y mucho menos sostenerse en pie. La casa era muy pequeña y estaba abandonada. Dimos una vuelta de reconocimiento, "explorando" la casa en la que debíamos permanecer ocultos y cuando llegamos a la habitación donde íbamos a dormir... Sofia me miró a los ojos... y me besó.
Acto seguido me tiró a la cama, me arrancó la ropa y yo arranqué la suya. No paraba de besarla, mientras mis manos recorrían todo su cuerpo. Era la mujer más perfecta que jamás había tenido entre mis brazos. Pasamos la noche desnudos, en aquella vieja cama, haciendo el amor. Ella arañaba mi espalda, yo besaba su cuello, ella se abrazaba con fuerza a mi, yo acariciaba sus cabellos.
Cuando terminamos de consumir nuestro amor, me quedé mirándola a los ojos. Era el hombre más feliz del mundo. Estaría dispuesto a cualquier cosa por sentir de nuevo el calor de su cuerpo. Sentía que ella era parte de mí, y si algún día se iba de mi lado, quedaría incompleto y desolado.
Ella se durmió, supongo que de cansancio y del alcohol. Yo en cambio, llevo cerca de dos horas observándola mientras escribo en el cuaderno. Es tan hermosa... Soy el hombre más feliz del mundo. Nada conseguiría hacerme más feliz de lo que ya soy.
27 de marzo de 1668
¡Pues sí!, ¡Sí que hay algo que podía hacerme mucho más feliz! ¡Voy a ser padre!
Sofía me ha despertado hace un momento, muy alarmada. Dice que ha visto en el futuro, mediante su brujería, y que sabe que acaba de quedar embarazada... ¡de gemelos varones! nada menos... Ella parece no tenerlo del todo claro, la verdad es que debe ser duro criar a unos hijos en un mundo tan duro como este en el que nos encontramos, pero la idea de tener dos hijos a los que enseñarle todo lo que sé, de mi propia sangre, y de tener algo que me ate de esta manera a Sofía... Es la mayor de las victorias de todas las batallas a las que me he enfrentado.
Ahora sí... ahora sí soy el hombre más feliz del mundo. Prometo ser el hombre bueno que Sofía merece y un padre ejemplar para mis hijos.
No obstante, esto me complica un poco la venganza y me pone una fecha tope. Debo acabar con ese pirata malnacido antes de nueve meses, antes de que nazcan mis hijos.
Enseñaré a luchar a Sofía hoy mismo. Si fracaso en mi misión, y ese pirata acaba conmigo, no quiero que ella quedase desprotegida y tuviese que irse con otro hombre. La instruiré en el arte de la espada y las armas de fuego. Con un poco de suerte, quizás consiga que ella me ayude con mi venganza.
No hay comentarios:
Publicar un comentario