Érase una vez, un juglar del tres al cuarto que mediante
fácil palabrería, juegos de manos y mucha suerte, consiguió cautivar a la más bella
doncella de la corte del reino.
Él, pasaba los días de ciudad en ciudad, cantando una y
otra vez las canciones que describían a aquella exótica mujer que había
conocido hacía menos de una luna. Ella, por el contrario, vivía encerrada en un
castillo, sin lujos ni cariños… donde debía permanecer todos y cada uno de los
días de su vida.
El astuto juglar empezó
a cantar cada noche, con su lira y su voz, bajo de la ventana de la
doncella. Una y otra y otra noche, hasta que la doncella cayó totalmente
enamorada de aquel chico con tanta maña para las palabras bonitas.
Ella escapó de aquel castillo, dejó todo atrás y se fue
con el juglar. Recorrieron juntos multitud de pueblos, villas y ciudades. No
necesitaban muchos más lujos que el amor mutuo que sentían.
Hasta que un día… todo cambió. El juglar dejó de escribir
canciones para su doncella. Quizás pensó que ella estaría con él para siempre,
quizás se cansó de escribir canciones… Quizás se olvidó de hacerlo… o quizás no
le apetecía… Pero el tema es que dejó de escribir. Dejó de recordarse lo mucho
que quería a aquella chica que tanto le había costado conseguir y dejó de
recordar a aquella doncella lo mucho que él sentía por ella.
A partir de aquí, los días se volvieron más oscuros. Poco
a poco el juglar perdió las ganas de viajar, de cantar, de reír, de soñar…
Hasta que un día, llegó a una casa abandonada, medio en ruinas, y decidió
quedarse a vivir allí. Le dijo a la doncella que debía permanecer a su lado y,
gracias a su palabrería fácil, la convenció de que allí, aislados del mundo,
serían felices.
El tiempo pasó, y ambos se fueron apagando. La comida ya
no sabía igual, el dormir no los ayudaba a descansar, los besos, las caricias…
ya no eran lo mismo.
La doncella, siendo fiel a su amado no lo abandonó,
incluso aun estando en aquella penosa situación. Intentó con todas las fuerzas
de su ser hacerlo salir de aquella casucha en ruinas, que estaba consumiéndole
la vida.
Los días pasaban, y nada parecía cambiar, hasta que un
día…
El juglar perdió su lira. La buscó por todas las partes
de la casa y no la encontraba. La buscó por los campos cercanos, y no la
encontraba… La busco y busco durante días… Hasta que por fin la encontró.
Ante el pánico de creer que había perdido su lira, el
juglar reaccionó. Se dio cuenta de la vida que estaba llevando… y de que casi
pierde a la doncella. Despertó de su letargo y decidió dejar atrás todos
aquellos días que habían pasado en aquella solitaria cabaña. Cogió a la
doncella de la mano, la besó como si nada más importase, y pusieron rumbo hacia
otras tierras lejanas, siguiendo el camino del Este mientras el sol de un nuevo
día se alzaba en el horizonte.
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