domingo, 10 de mayo de 2020

El tesoro del Capitán Rogers


—Así que... Quieres el tesoro del capitán Rogers, ¿eh? —dijo un viejo hombre con melena y barba blanca. Posó una pequeña bolsita de cuero, anudada en uno de sus extremos, sobre la mesa—. Esto es lo que necesitas.
—¿Cómo sé que puedo fiarme de ti, Marcus? —dijo un joven y apuesto muchacho con un sombrero de tres puntas y barba perfilada. Una mueca de asco se dibujaba en su cara mientras miraba con desdén al anciano—. Ya engañaste a mi padre hace muchos años. ¿Crees que voy a caer yo también en tus embustes?

—Escúchame Velik. Aquello fue un error… —comenzó a excusarse Marcus mientras su lengua se movía nerviosa, mojando sus labios resecos—. Yo no podía saber que aquel mapa era falso… Me lo vendió un comerciante que me aseguró…
—¡Ya está bien, Marcus! —gritó Velik entre dientes—. No me hagas perder el tiempo.
La voz resonó por toda la silenciosa y pequeña taberna. La noche estaba próxima a su fin y los primeros rayos de sol comenzaban a entrar por las ventanas orientadas al este. Un par de hombres permanecían dormidos, con sus jarras aún en la mano, sobre las mesas del local. El tabernero barría el suelo con paciencia. Marcus y Velik ocupaban una mesa cercana a la chimenea, donde solo quedaban ascuas. Una vela encendida sobre la mesa iluminaba sus rostros y la bolsita de cuero de forma tintineante.
Marcus alargó su mano a la bolsa, abrió con delicadeza el nudo superior y mostró a Velik lo que se guardaba en su interior.
—Esto era de lo que te hablaba… —dijo Marcus mientras sacaba una canica metálica muy brillante, del interior del paquete. La canica parecía una simple bala de mosquete, solo que era el doble de grande y estaba extremadamente pulida.
—¿Una canica? ¿En serio una canica va a llevarme hasta el tesoro del Capitán Rogers? Se me ha acabado la paciencia… —dijo Velik mientras se levantaba de la mesa.
—¡Esto no es una canica normal! ¡Mira! —gritó Marcus intentando captar la atención de Velik un segundo más, mientras colocaba la canica sobre la mesa.
Cuando la canica entró en contacto con la mesa y fue liberada por la rugosa mano del anciano comenzó a rodar. La mesa estaba claramente ladeada y coja de una pata… ¡Pero la canica rodó pendiente arriba!
—No es posible… —dijo Velik asombrado mientras volvía a tomar asiento— ¿Cómo…?
—La canica perteneció al mismísimo Capitán Rogers. Siempre rueda en dirección a su tesoro. —reveló Marcus mientras recogía la canica y volvía a meterla en el saquito—. Ahora, si sigues interesado, creo que una veintena de perlas es lo que acordamos.
Velik sacó del bolsillo de su casaca una bolsa de cuero. Miró a los ojos a Marcus. Vaciló unos instantes y colocó la bolsa sobre la mesa. El sonido inconfundible de las perlas chocando unas contra otras iluminó el rostro de Marcus, quien no podía quitar los ojos de aquella bolsilla que acababa de entrar en escena.
—Te juro, que como esta sea otra de tus mentiras, volveré a por ti y deslizaré esa canica por el interior de tu garganta hasta que dejes de respirar —amenazó Velik mientras empujaba la bolsa de perlas en dirección a Marcus.
—Sí, sí, lo que tú digas… —el anciano extendió su brazo para agarrar la bolsita cuando de repente la puerta de la taberna se abrió de par en par. Cinco hombres armados y ataviados con una casaca roja irrumpieron en la habitación.
—¡En nombre de la Reina Eleine depongan las armas y colaboren! —gritó con voz grave y autoritaria uno de los hombres. Portaba una antorcha y una espada curva—. Vamos a realizar un registro. Tenemos indicios de que esta taberna sirve como punto de reunión a piratas y maleantes…
Velik se puso en pie y echó mano al alfanje que llevaba en el cinto. Pensaba presentar batalla.
—Velik, rápido, llévate la canica y las perlas —susurró Marcus mientras metía ambas manos en su mochila buscando algo. Los guardias se acercaban a ellos—. Yo estoy perdido… Esta pata de palo me hace imposible la huida. Tápate los ojos y sal por la ventana. No dejaré que me ahorquen y me exhiban como un trofeo…
Velik, instintivamente confió en el anciano: Dejó envainada su espada, cogió ambas bolsitas y cerró los ojos. Sintió como una de las muletas del anciano golpeaba en su rodilla y lo hacía caer al suelo justo debajo de la mesa. Un tímido “click” dio paso a una explosión ensordecedora y una luz, tan brillante que traspasó sus párpados cerrados con fuerza, inundó la sala. Aturdido, Velik, abrió los ojos aún desde el suelo y contempló que los guardias tenían las manos en sus caras y parecían cegados. Se levantó como pudo. La mesa que se hallaba justo encima suya estaba terriblemente caliente y humeaba. Cuando salió de debajo de ella, contempló el cuerpo de Marcus, completamente carbonizado.
—Viejo loco… —dijo mientras corría hasta la ventana—. Gracias…
Velik saltó por la ventana de aquel primer piso rompiendo los cristales a su paso. Cayó en un seto que amortiguó la caída. Sabía que los guardias habrían oído los vidrios romperse y pronto los tendría encima. Corrió con premura entre las sombras del puerto. Cruzó ágilmente la pasarela de madera mientras toda la tripulación del Alba Negra lo miraba con asombro.
—Chicos, ¡es el Capitán Velik! ¡Ha vuelto! —gritó uno de los marineros.
—Arriad las velas… Levad anclas… —jadeó Velik sin respiración debido al cansancio de la carrera—. Timonel… ¡Tenemos rumbo!

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